Padre Huesos y El Sr Naturaleza

Es la historia real de la posesión y exorcismo un joven sacerdote católico, originalmente relatada en el libro El Rehén del Diablo de Malachi Martin. Los hechos ocurrieron en los años sesenta, una época de cambios radicales no tan diferente a lo que ocurre hoy día. Lo hace más interesante este caso es que el sacerdote que hace el exorcismo es el mismo que contribuyó, sin darse cuenta, a que su alumno cayera en la posesión. Además, se ve obligado a enfrentarse al mismo demonio que ha tomado control del joven sacerdote, convirtiendo la lucha en un enfrentamiento sumamente personal.

Ambos hombres eran católicos de cuna. Ninguno de los dos tenía relación alguna con lo oculto ni participaban en las prácticas de la Nueva Era. Lo que abrió la puerta a lo demoníaco fue la teología engañosa de otro sacerdote católico, Pierre Teilhard de Chardin, al que llamaron un profeta de esperanza cósmica. Pero loque proponía se basaba en la creencia en la evolución humana y la divinización. Que el hombre podía unirse con Dios y, finalmente, ser como Dios.

A continuación, se presenta un resumen del caso. Si bien incluye los elementos más relevantes, es muy recomendable leer el libro.

Padre Huesos y Señor Naturaleza

Durante su último examen oral de teología, le preguntaron al joven seminarista Yves sobre la naturaleza de los sacramentos. En lugar de responder en acuerdo con la doctrina católica, lo que dijo fue todo lo contrario. Yves afirmó que los sacramentos eran meras expresiones de la unidad natural del hombre con Jesús, quien, al morir, regresó a la naturaleza, y que los sacramentos eran el medio con la cual la humanidad se une con Cristo en la tierra, el cielo, el mar y todo el universo.

Yves intentó mantener su postura, lo cual dio lugar a un debate algo acalorado. Fue entonces cuando el Padre David comenzó a prestar atención. No se interesó por lo que estaban diciendo, sino más bien por lo que vio en el rostro del muchacho que había sido su alumno durante dos años. Su habitual expresión agradable quedó sustituida por una mueca de terquedad, y el brillo normal de sus ojos cubierto por un resentimiento amargo. Al final, Yves logró dar una respuesta lo suficientemente aceptable para pasar el examen.

Después del examen, David buscó al sacerdote que se había molestado con Yves para pedirle su impresión del seminarista. El sacerdote respondió que lo que Yves había dicho era una tontería, pero tuvo la sensación de que el joven le estaba comunicando algo peculiar. Sentía como si hubiera estado hablando con alguien que no era del todo humano. Aunque no profundizó en el tema, David nunca olvidó lo que el sacerdote había dicho sobre Yves.

Ya ordenado como sacerdote, el sacramento que Yves realizaba con más frecuencia era el rito del matrimonio. Para él, resultaba completamente insatisfactorio, pues el lenguaje anticuado no reflejaba los verdaderos sentimientos de los hombres y mujeres modernos. Tenía talento para la poesía y la pintura, y una visión humanista y romántica del mundo. No pasó mucho tiempo cuando comenzó a sentir que estaba siendo dirigido por algún tipo de control remoto.

En un principio, Yves trató de resistir las ideas que lo invadían. Sabía que era algo ajeno a  él. Lo asustaba, pero al mismo tiempo le daban una extraña sensación de satisfacción. Poco a poco, comenzó a soltar el control a ese otro. Cuando cedía, se sentía en paz y libre de tensión. Quizás de la misma manera en que un adicto siente placer después de consumir la droga que está destruyendo su vida. A partir de entonces, fue guiado por un espíritu incluso durante misa. En lugar de decir, “Este es Mi Cuerpo” y “Este es Mi Sangre, decía “Esta es Mi Lápida” y “Esta es Mi Sexualidad“.

Así, la salvación se convirtió en triunfo, el amor en orgullo, la muerte en la nada, el sacrificio en desafío, los pecados en mitos y fábulas, y el pan y el vino en deseo y placer. Pero también lo afectaba físicamente. Durante una misa, estaba arrodillado ante el altar y, cuando quiso ponerse de pie, no pudo. De repente, blasfemias comenzaron a resonar en su cabeza. Luego escuchó las palabras: “Jesús es ahora Jonathan, y Yves es ahora Jonathan y Jesús,” mientras su mente era bombardeada con imágenes denigrantes.

Cuando bautizaba, decía: “Sal, espíritu de odio, hacia el Ángel de la Luz” y “Conviértete en un hijo del reino.” En la confesión, confirmaba los deseos naturales del penitente en nombre del Cielo, la Tierra y el Agua. Y al administrar la Extremaunción, encomendaba al moribundo a la misericordia y la paz de la Hermana Tierra. Las palabras dictadas le causaban repugnancia, pero cualquier resistencia le provocaba un dolor profundo e insoportable, tanto en su mente como en su cuerpo. Ceder, en cambio, lo llenaba de éxtasis.

Muchas de sus peculiaridades habían sido disculpadas, en parte, debido a su carácter artístico, y quizá también por su juventud. Y, por otra parte, cada evento parecía ser una ocurrencia aislada y no el desarrollo de algo siniestro. Las misas las daba en latín, de manera que los parroquianos no se percataban la sustitución de palabras, ni su significado. No obstante, cada vez le era más difícil ocultarlo. Esto es, hasta finales del año 1966.

El Padre Yves fue enviado a administrar la extremaunción a un niño de catorce años que moría de cáncer de huesos. Antes de que llegara, el niño le había pedido a su padre que moviera la cama para alejarla de una esquina donde percibía una oscuridad. Cuando Yves llegó, lo primero que hizo fue girar la cama hacia esa esquina. El niño comenzó a llorar histéricamente y gritó por su madre. Disculpándose, el padre del niño le pidió al sacerdote que se fuera y regresara al día siguiente.

Después de que Yves se marchó, la madre del niño le habló al pastor de la iglesia. Le contó lo que había sucedido y le pidió que enviara a otro sacerdote. Lo único que Yves pudo recordar de esa situación fueron algunas palabras del niño aterrorizado: “Se están sonriendo“, “Él odia a Jesús” y “No quiero ir con ellos“. Aquella sombra que el niño veía apareció justo cuando el Padre Yves había sido seleccionado para darle los santos óleos.

Sin que Yves lo supiera, el pastor comenzó a observarlo de cerca y a recopilar información durante unos meses. Descubrió que había alquilado un apartamento en Greenwich Village, donde estableció El Santuario del Nuevo Ser, y él era conocido como el Padre Jonathan. En sus días libres, celebraba servicios, daba misa, escuchaba confesiones, realizaba matrimonios y ordenaba a hombres y mujeres como sacerdotes del Santuario. Bautizaba, daba los santos óleos e incluso creó un nuevo rito al que llamó Portadores de la Luz, el mismo nombre que recibían los iniciados.

Lo que finalmente hizo imposible negar que algo estaba terriblemente mal ocurrió durante una misa en la iglesia. El Padre Yves tenía una mano sobre el cáliz y la otra sobre la hostia cuando, de repente, se encontró incapaz de levantarlas. Ni siquiera sus asistentes pudieron mover sus manos. Comenzó a llorar, gemir y balancearse de un lado a otro. Cuando se hizo incontinente sobre el altar, los feligreses fueron evacuados de la iglesia. Inmediatamente después, Yves soltó el cáliz y la hostia, cayendo hacia atrás sobre el suelo de mármol del santuario.

Al recuperar la conciencia, le dijo al pastor que quizá había sufrido una convulsión epiléptica. Explicó que su madre padecía esa condición y le rogó al pastor que le guardara su confidencia. (Algún tiempo después, se descubrió que su mamá nunca padeció de epilepsia.) Pero para entonces, el pastor estaba convencido de que Yves estaba poseído. Al día siguiente, entregó un informe completo al Obispo, quien, a su vez, llamó al Padre David.

Antes de iniciar su profesorado en el seminario, David fue enviado a Roma para estudiar un doctorado en teología. El propósito fue establecer en él un fundamento doctrinal sólido. De allí, viajó a Francia, donde conoció las ideas del jesuita Pierre Teilhard de Chardin. Un firme defensor de la teoría de la evolución de Darwin, Chardin creía que la vida era una conciencia en desarrollo que culminaría en lo que él llamaba el Punto Omega, donde toda la materia se uniría y se convertiría en una con Jesús. Difuminó la línea entre ciencia, misticismo y teología, enfatizando una divinización progresiva de la humanidad.

Chardin desarrolló su teología de un Cristo Cósmico que evoluciona junto con el universo durante las décadas de 1920 y 1930. Aunque la Iglesia Católica explícitamente desaprobaba las ideas de Chardin, nunca se aplicó una sanción formal en su contra. En los años cincuenta, fue exiliado a China donde sólo se le permitió servir como misionero. Le fue prohibido dar conferencias o publicar, pero para entonces el daño ya estaba hecho. Sus ideas eran atractivas para los intelectuales, haciendo que la evolución pareciera no solo aceptable, sino incluso compatible con la fe. El Padre David fue precisamente uno de esos intelectuales.

Cuando se presentó la oportunidad de conocer a Chardin en persona, David llevó consigo el libro El Medio Divino, en el que autor escribió: “Dijeron que abrí la caja de Pandora con este libro. Pero no se dieron cuenta de que la Esperanza todavía estaba escondida en una de sus esquinas.” Por varias semanas después, David estuvo preocupado por la persistente idea de que la esperanza se había vuelto difícil para Chardin. No obstante, admiraba su capacidad para integrar el mundo material con la fe desde una perspectiva intelectual.   

Nunca tuvo la intención de convertirse en exorcista, pero durante otro viaje a Francia, se le pidió que ayudara en lugar de otro sacerdote que había enfermado. Durante el rito, el espíritu demoníaco se rió de David y lo llamó padre de la desesperanza. Cuando terminaron, el exorcista le dijo que no sabía cuál era, pero que David tenía un problema que necesitaba resolver. De algún modo, aquello había sacudido su seguridad intelectual. El obispo lo puso en contacto con el exorcista diocesano, y pronto David comenzó a asistirlo en exorcismos. Unos cuantos años después, fue nombrado el exorcista diocesano.

Que Yves hubiera comenzado a llamarse Jonathan no preocupó a David. Él también había firmado sus cartas como Pierre durante un tiempo, y también con el apodo que le dieron sus alumnos, Padre Huesos, por la colección de fósiles que tenía en su aula. Tampoco lo alarmaron las conversaciones que tuvo con Yves sobre doctrina y espiritualidad. Como su alumno, Yves había asistido a las conferencias sobre Chardin que había dado al padre David.

Sin embargo, cuando habló con el Obispo, admitió: “Si Yves está en error, entonces yo también lo estoy.” El Obispo respondió con una sola pregunta: “Si tuvieras que elegir entre la paleontología y las enseñanzas de Teilhard de Chardin, o la fe, ¿con cuál te quedarías?”. Luego añadió: “¿Crees que la evolución es tan cierta como la salvación de todos por medio de Jesús?”. La respuesta espontánea de David, en su mente, fue: .

El Padre David decidió realizar una ceremonia sencilla. Recorrió las partes principales del Ritual de Exorcismo e incluyendo oraciones por los enfermos y contra las enfermedades. Lo hizo más para calmar al pastor de la parroquia y al obispo que por estar convencido de su necesidad. Cuando le preguntó si creía en Dios, en el Señor Jesucristo, y si renunciaba al Diablo y todas sus obras, Yves murmuró sus respuestas. Recitó las oraciones, besó el crucifijo y se persignó con agua bendita.

Terminada la ceremonia, David dejó a Yves en contemplación. El pastor, en cambio, no estaba del todo convencido de que el problema se había resuelto. Comentó que nunca escuchó una respuesta clara de parte del joven sacerdote. De hecho, Yves luego confesaría que durante los quince minutos que duró la ceremonia, había estado completamente ausente. No recordó una sola palabra y que fue como si hubiera respondido por control remoto.  

Algunas horas después, David seguía inquieto por la pregunta del Obispo. Le parecía absurda, casi infantil, porque a un nivel muy profundo, Jesús y la evolución eran para él una misma realidad. Aun así, decidió llamar al padre Yves y hacerle la misma pregunta. Yves respondió sin dudar: “Parece que apenas te estás haciendo esa pregunta. La evolución hace posible a Jesús, y solo la evolución puede hacer eso.”

Luego añadió: “Padre David, todo lo que he llegado a ser, tú me lo hiciste. Todas mis creencias y explicaciones provienen de ti. La evolución hace que Jesús sea posible para nosotros, los hombres racionales.” Al escuchar esas palabras, David sintió algo extraño, como si una presencia ajena hablara a través de Yves. Pero lo que más lo estremeció fue lo último que dijo: “Si yo necesité un exorcismo, tú también lo necesitas.” Esa misma noche, Yves renunció a la diócesis.

Yves, completamente convertido en el Padre Jonathan, se mudó al Santuario de Greenwich Village y comenzó a reclutar adeptos entre los sectores acomodados de Manhattan. Para finales de 1968, ya tenía un grupo de seguidores, recibía contribuciones regulares y celebraba sus propios sacramentos reinventados. Hablaba de arte, poesía y del Eslabón Perdido, todo envuelto en un lenguaje seductor que cautivaba a sus oyentes.

Jonathan soñó con superar tanto a la iglesia católica como al protestantismo. Era el auge del movimiento hippie, y el momento perfecto para ofrecer una espiritualidad natural, libre de doctrinas opresivas de la religión tradicional. Un Nuevo Ser estaba emergiendo para un Nuevo Tiempo. Enseñó que la verdadera espiritualidad provenía de la naturaleza, a la cual el alma regresaba al morir. No obstante, con todo y su lenguaje moderno y florido, nunca tuvo más que 150 seguidores.

Aunque el padre David se mantuvo al tanto de Jonathan, lo vio muy poco durante los siguientes dos años. Por su parte, Jonathan ya no ofrecía ninguna resistencia al espíritu maligno que lo dominaba. La próxima vez que lo vio, Jonathan estaba recuperándose en la casa de su madre. Impulsado por control remoto, aceptó abiertamente ser poseído. Su premio fue una caída tan terrible que tardó dos meses en sanar. En esa visita, David experimentó una sensación inquietante: miedo, debilidad… algo ajeno, pero extrañamente familiar. Finalmente, quedó convencido de que Jonathan estaba poseído.

Jonathan estaba en la playa oficiando el matrimonio de una joven pareja delante de sus amigos y familiares. Llevaba el pelo largo que le daba la apariencia de una figura como la de Jesús. La ceremonia acababa de terminar cuando agarró a la novia y la arrastró al océano, sosteniendo su cabeza bajo el agua. David había estado observando desde la distancia, y mientras el novio y el padre de la novia la rescataron, él se llevó a Jonathan.

El exorcismo tuvo lugar en el dormitorio de su infancia. Jonathan se puso de rodillas y tapo sus cara con las manos. Su madre estaba sentada afuera en el pasillo rezando el rosario. David comenzó con una oración, y le dijo al afligido que dijera que consentía ser exorcizado en el nombre de Jesucristo. Jonathan no respondió de inmediato, provocando tensión en el Padre David. Finalmente, murmuró: “Consiento estar aquí, deseando que cualquier mal o error presente sea exorcizado”.

El alivio de David duró apenas unos segundos, porque Jonathan continuó: “El mal es sutil. La injusticia es antigua. Todos los males deben ser corregidos. Ese es el verdadero exorcismo”. Con firmeza, David le recordó que el rito tenía un propósito: expulsar a Satanás en el nombre de Jesús. Jonathan volvió a consentir. Pero al comenzar a rezar el Credo, Jonathan dijo, “Oh, hermoso Omega. ¡Alabado sea Jesús! ¡Alabado sea el Señor de este mundo, con el que todos los 200 millones de toneladas de nosotros somos uno!”. Mientras Jonathan hablaba, algo en lo profundo del Padre David respondía con inquietante claridad: ¡Sí! ¡Sí!

Por primera vez, el Padre David comprendió que él también estaba siendo poseído, lentamente, por el mismo espíritu maligno que había tomado a Jonathan. No obstante, le insistió a que Jonathan siguiera resistiendo. Jonathan comenzó a temblar; sus hombros subían y bajaban, y David, compadecido, creyó que lloraba. Le dijo al oído que no se dejara llevar por la tristeza, prometiéndole que no lo abandonaría.

Pero lo que había confundido con sollozos eran, en realidad, risas contenidas. Entonces Jonathan alzó la cabeza y dijo: “Eres igual que yo, David. Padre David. Has adoptado al Señor de la Luz, como yo. ¡Tonto!”. El impacto fue visible, como si lo hubieran golpeado. Los sacerdotes asistentes se apresuraron a sacar a David de la habitación. En el pasillo, la madre de Jonathan lo miró fijamente y murmuró: “Mi hijo tiene razón. Usted también necesita una limpieza, Padre”.

David pasó las siguientes cuatro semanas en la casa de sus padres, enfrentando sus propios demonios. Fue en medio de esa batalla por su alma que comprendió una verdad decisiva: no podía aceptar la teología de Teilhard de Chardin —que divinizaba la materia y el proceso evolutivo— y, al mismo tiempo, tener fe en Jesucristo como único Salvador. Tenía que elegir.

Fue asaltado por visiones, voces y por la presencia del Sr. Natch (señor Naturaleza) el espíritu demoníaco que amenazaba con poseerlo por completo. Todo lo que alguna vez creyó fue puesto a prueba. Su única defensa era la voluntad, sostenida por el clamor de su alma hacia Jesús. Al final, el Padre David eligió su fe.

La misma mañana de su propia liberación, el Padre David regresó con Jonathan. Comprendió entonces que, en la primera ocasión, no había sido Jonathan quien le había hablado ni quien había consentido el exorcismo, sino el Sr. Natch. Esta vez, David estaba firme en su fe y tenía el control. Renovado, habló directamente al alma de Jonathan, que lloraba y aullaba de dolor, suplicándole que consintiera por su propia voluntad.

Mientras David continuaba orando con autoridad, los gritos fueron disminuyendo. En el pasillo, la madre de Jonathan entonaba la Salve Regina en latín, culminando con una última súplica a la Madre de Jesús. Al terminar, Jonathan quedó liberado y con una expresión de verdadera paz en el rostro.

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