Se considera lógico si una persona pobre envidie a un rico, porque éste tiene bienes materiales que el otro desea. Sin embargo, son celos, no envidia, porque su deseo es dirigido hacía objetos y, muy probablemente, de mejorar su situación económica, se van desvaneciendo. Una cosa es, quisiera tener, y otra es quisiera quitar. Esa es la diferencia entre los celos y la envidia.
Lo que desea el envidioso no es un objeto, e igualmente, pueden envidiar a una persona en mejor, igual o peor situación que la propia. Suele suceder que las personas más envidiosas están en mejores circunstancias que el envidiado, pero esto no le satisface. De hecho, las personas envidiosas, por más riqueza o poder que acumulan, jamás quedan satisfechos. Lo que envidia, ese algo que tiene el envidiado, no es palpable en el sentido físico, es algo que lleva por dentro.
De lo que abunda en el corazón, habla la conducta, más que la boca. La envidia no se habla, se manifiesta.
La persona envidiosa nunca reconoce su envidia. Su sentimiento de superioridad, y la falta de consciencia, no se lo permite, pero allí esta, latente, oculto, hasta para sí mismo. Haga lo que haga, dañe a quien dañe, encontrará toda clase de justificaciones por su conducta, generalmente, culpando al otro. Mientras tanto, la persona envidiada, con toda inocencia, lo cree sincero, aunque tal vez un poco equivocado.
Una persona que no es envidiosa, no va buscando encontrar envidias. Simplemente, vive su vida. Sabe vivir satisfecho con lo que tiene, y eso, entre otras cosas, es lo que detesta el envidioso. No es que tenga un aprecio por su manera de ser, o quiera adquirir las características de la persona envidiada. En realidad, lo desprecia por ser como es, aunque le diga todo lo contario. No. La persona envidiosa no quiere ser como tú, quiere que tú dejes de ser tú. Considera la siguiente historia de la antigüedad como un buen ejemplo.
De los 13 hijos de Jacob, José, el doceavo, era su favorito. Era bueno, fiel, considerado y hacía siempre lo que era correcto, que a veces incluía decirle a su padre cuando sus hermanos mayores tenían una mala conducta, algo que sucedía con cierta frecuencia. Las mismas cualidades en José que eran amadas por su padre, despertaban odio en sus hermanos.
José tuvo dos sueños extraños y se los contó a sus hermanos. En ambos, los símbolos que representaban a sus hermanos se inclinaban ante los símbolos que representan a José. Ofendidos y con burla, los hermanos le preguntaron si por eso creía que eso significaba que algún día ellos se inclinarían ante él.
En una ocasión, diez de sus hermanos estaban muy lejos de casa atendiendo el rebaño. Deseoso de saber de sus hijos y el rebaño, mandó a José a buscarlos, porque a pesar de ser tan joven, era inteligente y responsable. Los hermanos no se encontraban donde habían dicho, por lo que José tuvo que caminar más lejos. Los hermanos vieron cuando José iba acercándose en la distancia porque llevaba el manto de muchos colores que le había dado su padre como muestra de su amor. Entonces, los hermanos decidieron matarlo, pero Rubén, el que tenía un poco más de amabilidad hacía José que los demás, decidió no matarlo, sino echarlo a un pozo y dejarlo morir allí. La intención de Rubén fue regresar después y sacarlo del pozo, pero mientras se encontraba un área lejana del campo, los hermanos vieron pasar a uno grupo de hombres. Determinando que era mejor no matarlo porque era su hermano, lo vendieron a los viajeros egipcios por veinte monedas de plata.
Cuando regresó Rubén a buscar a José en el pozo, los hermanos le dijeron lo que habían hecho. Preocupado, Rubén preguntaba que debían hacer. Decidieron engañar a su padre y, sacrificando un chivo, llenaron el manto de José con su sangre. Cuando regresaron con su padre, le dijeron que José estaba muerto. Vieron que el sufrimiento de Jacob era grande, pero prefirieron dejarlo sufrir que decirle lo que habían hecho.
No fue la única vez que José víctima de la envidia y la injusticia. Los hombres que lo habían comprado, lo vendieron en esclavitud a un oficial del ejército del faraón. Por su lealtad y bondad, ganó el aprecio y la confianza del oficial. Aunque era esclavo, gozaba de total libertad y se encargaba de todos los asuntos de su amo. Esto es, hasta que la esposa del oficial acusó falsamente a José porque no quiso tener relaciones con ella y José fue enviado a una cárcel oscura y llena de gente de maldad. Sin embargo, aún como prisionero, José logró ganarse la confianza, respeto y amistad del encargado de la cárcel y lo puso al cargo de los demás prisioneros sabiendo que cumpliría con todo lo que se le designaba.
José finalmente salió de la cárcel gracias a que pudo interpretar dos sueños del Rey Faraón en los cuales se presagiaba una eminente hambruna. Admirando su inteligencia, el Faraón lo puso a cargo de todo Egipto, siendo el mismo rey el único a quien debía rendir cuentas José. Cuando por fin llegó la hambruna, Jacob mandó a sus hijos a Egipto a comprar grano. Eran ricos en oro, tierras y ganado, pero no tenían cosecha. Presentándose ante José, los hermanos no lo reconocieron, pero, tal y como fue en su sueño, los hermanos se inclinaron ante él.
El favoritismo de Jacob hacía José fue por su naturaleza y eso es exactamente lo que odiaron sus hermanos. Así sucede con todas las personas envidiosas, porque en el fondo de toda envidia hay odio. Es lo oculto detrás de lo oculto. Es la energía que se mueve dentro del envidioso y le hace querer destruir la felicidad, la paz y, sobre todo, la fe del envidiado.
El relato anterior termina con el arrepentimiento de los hermanos por lo que le hicieron a José y la reunión de la familia. Lamentablemente, en la actualidad, finales felices como este son más la excepción que la regla. Tan así ha permeado la envidia en el mundo y el corazón humano, no como un proceso natural, sino de condicionamiento. Lo bueno se convierte en malo y lo malo no sólo se considera bueno, se presenta como ejemplar y admirable.
Prácticamente todo lo que hoy se acepta como verdad está construido sobre la mentira. Esto es evidente, porque si fuera de otra manera, la medicina curara, la educación educara, los políticos favorecieran al pueblo, los gobiernos gobernaran con justicia, las iglesias enseñarían valores y las practicarían, los medios informarían, los medios sociales unieran, el arte embellecería, la música calmaría y el cine reflejara el verdadero espíritu humano. Sin embargo, tenemos todo lo contario.
La envidia es sinónimo del odio y el odio es sinónimo de maldad. Diga lo que diga cualquier filósofo, no se nace con maldad, eso se aprende. El ser humano no es ninguna tabula rasa. Es un ser que nace del Ser y por lo tanto del Bien, del Amor y eso es independiente de los padres que engendran a un hijo. Si eso se ha confundido es porque el placer ha sustituido el amor y el sexo ha perdido su sentido. Es el medio, pero no el fin.
Ya se ha dicho innumerables veces, el loco no se sabe loco. Por lo tanto, la responsabilidad es de la gente cuerda, sana, al menos, lo que queda de ella. No es suficiente bendecir al enemigo, hay que saber quién es, qué es lo que hace y cómo lo hace, porque sus estrategias han funcionado muy bien para la gente que practica el mal. No fue a través de pleitos, argumentos y debates porque la realidad es que todas esas cosas los ha favorecido. Lo que han hecho es mucho más sutil e inteligente. Atacaron desde adentro, como un caballo de Troya.
Los griegos logaron conquistar a los troyanos porque se fijaron en el caballo, no lo que llevaba por dentro. Según la leyenda, fue presentado como un regalo de parte de los griegos. Un solo soldado, Laocoonte, tuvo sospechas, diciendo, les temo a los griegos aun cuando traigan regalos. Cuando aventó su lanza hacía el caballo, salieron dos víboras que lo devoraron junto con sus dos hijos. Los troyanos lo tomaron como una señal que no debían despreciar un regalo de los griegos y se lo llevaron, sellando su suerte.
Esa ha sido la táctica tan astuta de la maldad. Desde adentro han atacado, antes de una manera muy sutil y lento. Ya no es necesaria tanta sutileza. Ahora atacan de frente y en público porque tienen un público que se divide entre gente que los aplaude y gente que se niegan a ver el peligro. También hay personas que tienen la valentía de señalar el inminente peligro que representa, pero al igual que Laocoonte, son devorados junto con sus hijos. Solo que, en este caso, es la misma gente que quiere proteger quienes los devoran. De acuerdo a la biblia cristiana, todo esto tenía que ocurrir, pero, ¿es porque así quiso Dios o porque así ha elegido el hombre?
Lo que no se enseña se pierde. Roma cayó porque dejaron de criar romanos, y Estados Unidos está a punto de caer porque dejaron de criar americanos. No es por ponerlos en un pedestal, sino usarlos como ejemplos del patriotismo sino de la decadencia. Lo mismo sucede con los valores. Por ejemplo, si no valoras la vida, no te importa si se pierde, siempre y cuando no sea la tuya. Pero lo que se deja de ver es que la maldad tiene un efecto dominó. Donde cae uno, tarde que temprano caerán todos.
Hay que ser realista. La fe cristiana no promete riquezas ni una vida fácil, sino todo lo contrario. De antemano queda claro que la vida cristiana es una de sacrificio, en el sentido mundano, pero lo que se gana es infinitamente de mayor valor y eterno. No tienes que ser cristiano si no quieres. Tampoco tienes que creer en Dios si no quieres. Esa es la libertad que te da el libre albedrío, pero cuando menos debes reconocer cuando te están mintiendo y manipulando.
Aquí se presenta una pequeña muestra de lo que sigue en la enseñanza de los niños.