Caín fue un gran maestro de la maldad y cada una de sus generaciones fue peor que la anterior. La simplicidad en la que vivía su gente se transformó en caos y violencia. Sus hijos se entregaron a la adoración de otros dioses, practicando ritos y ceremonias, la corrupción del conocimiento sagrado que habían recibido, convirtiéndose en enemigos de Dios.
En cambio, Seth, el hijo que tuvieron Adán y Eva después de la partida de Caín, fue un hombre virtuoso que honró a Dios junto a su padre. Adán le ensenó discernimiento entre lo bueno y lo malo y vivieron en paz por muchas generaciones. Sin embargo, al paso del tiempo, también ellos se fueron pervirtiendo por la maldad, hasta que llegó el momento en que todo pensamiento de todo hombre era solo el mal, todo el tiempo.
La Biblia cuenta que en esos tiempos, y también después, había gigantes sobre la tierra cuando los hijos de Dios se unieron con las hijas del hombre y de ellos nacieron los varones de renombre o los que llaman Nefilim. Sin embargo, no dice más acerca de ellos, solo que a Dios le dolió lo maldad que había en el mundo, por lo que decidió acabar con todo ser vivo que había sobre la tierra. De la sexta generación de Seth, el hombre más virtuoso fue Enoc y gracias a lo que dejó escrito, se sabe con mayor detalle lo que ocurrió en aquellos tiempos.
Enoc cuenta que había doscientos ángeles sobre la tierra a los que llamó los Observadores. Dios creó a los ángeles para cuidar al hombre, pero empezaron a desear a las hijas del hombre. Enoc nombra dieciocho líderes entre ellos, pero revela que el líder principal fue quien los instigó a llevar a cabo sus deseos y que los doscientos ángeles juraron en abominación mutua no desviarse de su intención. Estos son los ángeles que se rebelaron en contra de Dios al igual que Lucifer cuando, de acuerdo a Enoc y la biblia, decidieron tomar esposas humanas y procrear hijos.
Los Nefilim eran seres gigantes de un tamaño que causaba terror al verlos. En la biblia, Josué dice que “éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas (saltamontes); y así les parecíamos a ellos.” Se cree que midieron hasta treinta y seis pies de alto, si no es que más. Enoc cuenta que devoraban todo cuanto podía producir el hombre y cuando ya no les alcanzó entonces empezaron a devorar a los hombres y todo cuanto había sobre la tierra, tomando su sangre y comiendo su carne.
De acuerdo a teólogos e historiadores, los ángeles caídos impartieron toda clase de conocimiento al hombre, quizás a cambio de sus mujeres. Le enseñaron al hombre a hacer espadas, cuchillos y corazas; el uso de metales y piedras preciosas; como hacer brazaletes y ornamentos; como hacer tintes y pinturas para los ojos; la hechicería y encantaciones para obligar a los demonios a obedecer al hombre; como leer las estrellas y el movimiento de la luna; y, la división de las raíces, entre otras cosas. Son los ángeles caídos y los Nefilim, quienes introdujeron la homosexualidad, la bestialidad, la pederastia, el vampirismo y el canibalismo al mundo.
El hombre había sido creado en perfección pero, diez generaciones después de Adán, el hombre se había convertido en algo infrahumano. Tal fue la alteración causada por los Nefilim y sus progenitores, los ángeles caídos. Hoy día, se cree que hubo una alteración a nivel ADN en los hombres y todos los organismos vivos y es reflejado en la mitología antigua de todas las culturas en seres como los minotauros, centauros, faunos, etcétera, que son mitad hombre mitad bestia.
Cuando se cuenta la historia del diluvio, comúnmente se dice que Noé escogió un par de cada animal para llevarlos en el arca. Sin embargo, se cree que no fue Noé sino Dios mismo quien dispuso cuales animales se salvarían del diluvio, porque también habían sido alterados. Noé tardó ciento veinte años para construir el arca y durante todo ese tiempo intentó convencer a los demás de volver a Dios, pero los cambios eran irrevocables.
El diluvio no surgió de una decisión arbitraria por parte de Dios, sino porque el mundo se había tornado en un lugar infernal con los gigantes. Eran híbridos que no eran completamente humanos, ni completamente ángeles, de los cuales nada ni nadie estaba a salvo. El propósito del diluvio no fue acabar con el hombre, el verdadero hombre que había creado Dios, sino los monstruos que habían infestado el mundo con su depravación. Dios eligió a Noé y su familia, porque ellos no habían sido tocados, es decir, eran completamente humanos.
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