De plano, ya se vive en un mundo en el cual los sentimientos son más importantes que la razón, el trastorno es el ejemplo a seguir y el psicópata es rey. Este es el nuevo normal. Bienvenidos! Para aquellos que están esperando que se regrese a la normalidad de antes, váyanse haciendo al idea. Eso no va a ocurrir. La situación actual no es una anomalía que ha resultado de un fenómeno inesperado. Es la culminación de un plan bien trazado. Ordo ab chao. Del caos viene el orden.
Es verdad que mucha gente está despertando a la realidad cruda a que se enfrenta. Sin embargo, tal parece que una gran mayoría prefiere cerrar los ojos y esperar lo mejor. Eso es aparte de los que niegan por completo que algo está mal. Lamentablemente, es la misma estrategia que se ha utilizado siempre y que tiene al mundo en la situación en que se encuentra. Como que ya debería de haber quedado claro que esas estrategias no funcionan, ¿no crees?
Todo ha sido una obra de humo y espejos o, para ponerlo de una manera más académica, una dialéctica Hegeliana – problema, reacción, solución. Bueno, eso es si se ve desde el punto de vista de los afectados. En el caso de quienes lo han diseñado, sería más apto decir: meta, caos, control. La meta siempre ha sido la misma, pero el caos depende del momento, y el control es de acuerdo a la disposición del pueblo. Esta sí que es una estrategia que funciona.
El concepto de maldad es algo abstracto si únicamente se observa desde la perspectiva de lo concreto y lo físico. Es como el viento. No puedes verlo directamente, pero si puedes ver y sentir sus efectos. Sin embargo, para eso necesitan haber objetos que pueden ser afectados, ya sean árboles, plantas, animales o seres humanos. A veces, el viento puede causar grandes daños, pero también puede agradar. Lo mismo es cierto con la maldad, pero, a diferencia del viento, tiene su precio.
En el desierto, no hay nada que detenga un viento fuerte. En una ciudad, los edificios proveen protección, tanto dentro como por fuera y ayudan a impedir daños a lo que se encuentra alrededor. En cuanto al mundo espiritual, la protección se ha ido deteriorando. El mal está cobrando cada día más fuerza, más adherentes y los efectos son más visibles que nunca.
Cualquier persona con una mínima de sensatez se protege de una tormenta de viento, pero tratándose del mal, la gente no sólo se queda a la intemperie, parece pedir más, como si fuera algo inofensivo o producto de la imaginación. Eso es precisamente lo que le da más poder. La incredulidad y/o negación de su existencia es lo que ha permitido la locura en que se vive. Es necesario darse cuenta que el viento de la maldad está soplando fuerte.
Antes de que existieran las leyes y el sistema legal, el hombre vivía bajo la Ley Divina y se tenía un claro entendimiento de lo que era el bien y el mal. No se requerían de estatutos, declaraciones ni constituciones para otorgar derechos y libertades, ni imponer obligaciones y responsabilidades. Cada quien sabía lo que tenía que hacer y lo hacía. Como explica Pablo Muñoz Iturrieta en su libro, Las Mentiras Que Te Cuentan y las Verdades Que Te Ocultan, la imposición de las leyes del hombre, restaron la responsabilidad de saber distinguir, y señalar, el bien del mal. Simplemente había que obedecer, no porque se entendieran las leyes, sino para evitar las consecuencias. En la vida mundana, Dios deja de ser necesario.
El mal ha existido siempre y ningún ser humano tiene la capacidad para acabar con él. Para eso ya hay quien vendrá a hacerlo. Lo que sí está en las manos de cada ser humano, tanto para protegerse como para evitar su participación en la propagación del mal, consciente o no, es reconocerlo, tal y como es, sin explicaciones basadas en las emociones y más centradas en el razonamiento, porque la puerta principal de entrada para la maldad son los sentimientos.
En el libro, El Rehén del Diablo, escrito en 1976, el sacerdote Malachi Martin, muestra claramente que el mal es inteligente y personal. Un recuento de 5 casos reales de posesión y exorcismo, queda evidente que la entrega al mal no ocurre de un salto, sino que es una seducción. En ninguno de los casos, el poseso lo pidió, pero, de cualquier forma, abrieron la puerta por la cual pudo entrar en ellos el mal. Principal entre las causas fueron el orgullo y la soberbia. Algunos fueron atacados, incluyendo dos sacerdotes, siendo sus conocimientos científicos el acceso, dejando en claro que no todo conocimiento es bueno.
Durante seis mil años se ha intentado echar abajo la creencia en un Dios Creador. Se tacha como una idea supersticiosa de gente fanática, pero de ser una mera superstición, debería haber sido más fácil acabar con ella desde hace mucho tiempo. Sin embargo, la lucha continúa, lo cual no sería posible sin la cooperación y condicionamiento del hombre. La inteligencia del mal reside en la habilidad de engañar, usando los sentimientos del ser humano en su contra.
El mal es personal porque se adecúa al carácter y la personalidad del individuo, enfocándose primeramente en sus debilidades. Si la debilidad es el dinero, esas son las oportunidades que se presentan. Si es poder, se presentan situaciones que abren puertas hacía el poder. Si es alguna duda o inseguridad, ya sea acerca de sí mismo o con respecto a su fe, se presentan conocimientos para fertilizarlas. Ni siquiera las personas de mucha fe están exentas de esos ataques, como tampoco lo fue Cristo mismo, pero Él sí sabía con quién estaba tratando.
¿Qué tanto veneno necesitas tomar para darte cuenta que te hace daño? ¿Qué tanta maldad tiene que ocurrir para que te des cuenta que la maldad existe? Entiende que es mucho más fácil evitar un veneno que evitar el mal, porque los seres humanos con maldad no traen una calavera y huesos cruzados en la frente. Si así fuera, el mundo sería otro, pero la triste realidad es que, generalmente, la maldad se disfraza de algo bueno, bonito y barato. No es hasta que se ven los daños que muchos se dan cuenta, y a veces ni así. Frente a la maldad, la bondad humana es estúpida.
Errar es de humanos, perdonar es divino, fue lo que escribió el poeta Alexander Pope. Suena muy bonito y razonable, si por perdonar se entiende no guardar odios ni resentimientos, pero en ningún momento significa dejar que la persona siga haciendo daño. Tampoco significa absolver a quien hace el mal, sin ningún remordimiento por sus actos. Ese es el grave error que cometen los seres humanos, porque lo cierto es que hay cosas que ni siquiera Dios mismo perdona.
Un error es algo que se hace inadvertidamente, pero si se dice o se hace algo, sabiendo que es mentira y que hará daño, eso ya es maldad. No hay explicación ni justificación alguna que valga. Así sea tu madre, padre, hermano, hermana, amigo o vecino. Lo mismo es cierto para quienes participan en la maldad, aun cuando sea indirectamente. Por ejemplo, la mujer que recibe dinero de su marido o hijo, sabiendo que lo obtiene del narcotráfico. Como dice el dicho, Tanto peca el que ata la pata, como el que mata la vaca.
El perdón pierde su sentido si la persona que comete la falta no lo reconoce como tal. Una cosa es no guardarle coraje y otra cosa es quererlo librar de sus sentimientos de culpa. Se vuelve un acto egoísta de ambas partes, porque quien perdona se sentirá bien, pero de nada le servirá al otro. La culpa y la vergüenza son sentimientos necesarios para la recapacitación y la concientización, tanto para lo que se ha hecho como para entender el afecto sobre los demás. Por otra parte, el olvido total tampoco debe ser parte del perdón, no para que sirva como instrumento de tortura, sino como medida de protección. Ambos, el actor y la víctima, tienen responsabilidad de reconocer la mala conducta por lo que es. Si no, es tanto como dar permiso que se vuelva a cometer la falta porque no habrá ninguna consecuencia y así de fácil se va borrando la línea fina entre el bien y el mal.
La falta de sentimientos de culpa, temor y vergüenza es una patología propia de los narcisistas, sociópatas y psicópatas. Carecen de un compás moral y sentimientos internos que pudieran ayudarle a frenar su mala conducta. Pero quieren lo que quieren y se sienten víctimas, por lo que se sienten merecedores de todo lo que quieren, le cueste a quien le cueste. La incongruencia es que también se sienten superiores a los demás. Se creen más inteligentes, más astutos, más capaces, más todo. Son dioses victimizados por su pueblo.
La inhabilidad para distinguir el bien del mal ha dado lugar a la reverencia de, y la aspiración a, la psicopatía, con la cual todos son víctimas y merecedores de que se les consiente sus deseos particulares. Manifiestan su superioridad, pero al mismo tiempo son tan frágiles que cualquier contrariedad los hace romper en llanto, como niños berrinchudos. La histeria, los gritos y los insultos dominan y si eso no les consigue lo que quieren, siempre pueden recurrir a la violencia. Viven sumergidos en una realidad distorsionada, cegados al hecho que, de lo único que son víctimas es de sus propios sentimientos.
Lo que la juventud de hoy llama progresista no es más que una regresión a un estado infantil en la cual están dirigidos por sus impulsos. Se la pasan en un berrinche colectivo esperando su biberón lleno de leche soya. Realmente es la generación más estúpida que ha existido sobre la tierra. No porque les falta capacidad intelectual, sino porque se dejan utilizar en contra de su propio beneficio y ni cuenta se dan. Son víctimas de lo que Freud llamaría una conversión histérica, pero en este caso, más que un problema mental, es espiritual. Pero, ¿qué les puede importar si hay gente dispuesta a mirar, y pagar, por verlos limpiar su casa, maquillarse o hablar de cosas sin sentido ni beneficio?
Marx dijo, la religión es el opio del pueblo. Es una frase estúpida escrita por hombre estúpido porque estaba basada en un sentimiento de odio. Prueba de ello es su fantasía comunista que jamás ha funcionado y donde lo han intentado, el hambre, el sufrimiento y la muerte ha sido el resultado. No obstante, bien hubiera podido haberse escrito ayer, porque es el sentimiento que impera hoy. Casi se pudiera entender de las generaciones más jóvenes, a quienes nada les ha costado, pero de las generaciones anteriores que los apoyan, es incomprensible.
Los psicópatas tomaron control del mundo porque nadie estaba poniendo atención. Las advertencias se ignoraron como exageraciones o desvaríos de fanáticos religiosos. Por esquivar las responsabilidades que conlleva tener y practicar los valores, ahora se vive bajo una opresión que supuestamente se pretendía evitar. Ahora no queda de otra más que preguntar, ¿dónde estuvo la falla? No hay que buscar la respuesta con un espíritu de vencimiento, ni de temor, sino de protección y en plan de defensa.
Para prevenir cualquier enfermedad, la primera indicación es fortalecer el sistema inmunológico y evitar conductas que pueden causar daño, porque siempre es mejor la prevención y lo mismo es cierto tratándose de la maldad. La mejor estrategia para combatir el mal es reconocerla y evitarla a toda costa. Es mayormente una guerra de voluntad que una de carne y sangre. Los ataques son dirigidos hacía la mente y las emociones antes que al cuerpo físico. Es un virus espiritual y cualquiera que no tenga las defensas necesarias es campo fértil.
No se necesita más que algo de lógica y un poco de conocimiento de la historia para darse cuenta del común denominador que hay entre todas las sociedades secretas y sistemas políticos como el socialismo y el comunismo, el gnosticismo y la nueva era, y cualquiera de los movimientos actuales. Todas han servido para el mismo objetivo, confundir al hombre, llevarlo a la aceptación de todo sin que se dé cuenta que siempre tiene un trasfondo espiritual. Quien no lo alcanza a ver, de plano, está ciego.
El propósito de los valores y la moralidad, basada en la Ley Divina, nunca fue para control al ser humano. Era para que viviera una buena vida, en paz con los demás y consigo mismo. El hombre de la antigüedad vivía mucho más libre que el hombre moderno y eso se debe en gran parte a la necesidad de control que se fue desarrollando, sobre todo en la era moderna. Lo cierto es que, junto con la necesidad de control, también aumentó el estrés y la ansiedad, así como la enfermedad.
Es precisamente el deseo de tener control, tanto sobre las demás personas y, en sus desvaríos, el universo mismo, que ha conducido a la humanidad por un camino equivocado. Quien tiene dominio propio no necesita dominar a los demás, pero eso requiere disciplina que, a su vez, requiere dirigirse por la razón y no por las pasiones. Tal y como se ve hoy, con la imposición de toda clase de cosas sin sentido, lo que menos se tiene es dominio propio. Lo que hace falta entender es que no es una evolución natural, sino que ha sido dirigida.
Para controlar a otra persona se necesita implementar el engaño y la manipulación. Es necesario, en primer lugar, para lograr su participación y, en segundo, evitar que se dé cuenta que está siendo engañado y controlado. Entre las estrategias más eficaces es hacerle creer que ideas que le han sido implantadas son de su propia cosecha. Como, por ejemplo, los jóvenes que hoy hablan de opresión, cosa que nunca han sufrido y exigen derechos y libertades que ya tienen. En fin, para cambiar a una persona, hay que empezar por su manera de pensar y el acceso más fácil es a través de sus sentimientos.
Aun hay muchas personas nobles y bondadosos en este mundo, pero la triste realidad es que son precisamente esas cualidades lo que los hace vulnerables. Las personas con bondad siempre tratan de ver la bondad en los demás, lo tengan o no. Además, tienden a ser muy incrédulos con respecto a la maldad y de eso se aprovecha la gente con maldad. Son los narcisistas, sociópatas y psicópatas, todo los cuales son como los demonios en mayor o menor escala. Por cuestiones de eficiencia, se usará el término psicópata, porque al final de cuentas, maldad es maldad.
Es importante entender que los psicópatas pueden hacer, y han hecho, cosas malas que parecen buenas, las cuales no siempre se descubren, porque en ocasiones los daños indirectos o pasa mucho tiempo entre la causa y el efecto que se pierde de vista la conexión. La historia es buena prueba de que a veces se pueden tardar años, décadas y hasta siglos para comprender que lo que en su momento parecía beneficios para la humanidad, terminó por dejarla peor de lo que se encontraba.
Las personas buenas tienden a proyectar sus sentimientos y valores en el psicópata, viéndolo como si fueran iguales que ellas e ignoran los pequeños detalles que servirían para evitar el engaño. El psicópata actúa de acuerdo a lo que se espera de él, como un espejo que refleja una imagen que no es suya. Por su honestidad y apertura, una persona buena se convierte en objeto de estudio porque el psicópata sí que pone atención, particularmente en las debilidades, temores, deseos e ilusiones del otro. Para dominar a otro, hay que conocerlo bien.
La locura y la maldad no resisten demostrar su verdadera cara, aunque sea como un destello breve, pero aun cuando logran verlo, las personas buenas tratan de dar una explicación basado en sus propios sentimientos. Buscan una explicación con sentido o, cuando menos, tratan de llegar a un buen acuerdo, pero no hay tal cosa con un psicópata. Hay quienes dedican años de su vida tratando de convencerlos, y a sí mismos, de que, en el fondo, realmente son buenas personas, pero no lo son. Se convierte en una especie de psicosis compartida, porque ambas partes viven fuera de la realidad. La única diferencia es que uno tiene salida, si lo quiere, y el otro no. El peor error que se comete es tratar de salvar lo que no tiene salvación. ¿Acaso Cristo trató de convencer a Satanás de sus errores?
Querer hacer entender al psicópata es como querer sacarle sangre a una piedra. Nada los avergüenza, ni los hace sentirse culpables. Además, tienen una gran habilidad para avergonzar, hacer sentirse culpable a sus víctimas con mucha facilidad y éxito. Lo único que se gana al tratar con un psicópata es más frustración, ira, temor y dolor. Lejos de conmoverse, se alimenta y aumenta su maldad, por lo que siempre es un grave error demostrarle el efecto que tiene.
La mala compañía echa a perder el buen carácter, la maldad daña y, a veces, endurece el buen corazón. Se va torciendo tanto el sentir como el pensar dejando un camino de confusión. El deseo de comprender en que consiste la falla lleva a muchas personas buenas a adjudicarse una responsabilidad que no les corresponde y afecta su sano juicio inhabilitando su capacidad para escoger entre gente buena y gente mala. Por más que lo intente, una persona bueno nunca va a poder entender a un psicópata. Tampoco podrá entender el psicópata a la persona buena, pero a éste ni siquiera le importa hacerlo. Los psicópatas jamás se componen.
El aumento de la psicopatía debería ser más difícil de ignorar, pero parece todo lo contrario. Son los ídolos del momento. Ya ni siquiera necesitan ocultarse, porque son aplaudidos, admirados y elegidos. Son celebridades, empresarios y políticos que se posicionan en lugares de influencia y poder. Si a nivel individual es peligroso, un psicópata con poder puede afectar a millones.
No todos los psicópatas alcanzan lugares de poder, pero los que sí llegan al poder lo han logrado gracias a que la gente buena ha cerrado los ojos, creído y aceptado la mentira. La invisibilidad que gozan no es otra cosa que la negación de verlos como son y la maldad que llevan por dentro. Mientras tanto, están recogiendo más y más adeptos, generalmente, jóvenes, por lo que el mundo va de mal en peor.
El mal no es un problema psicológico, es espiritual. Lo único que temen es ser descubiertos. No porque realmente tengan temor, sino porque pierden su poder cuando ya no funcionan sus mentiras y engaños, cuando ya no pueden utilizar tus sentimientos en tu contra, cuando ya no caes en sus trampas, cuando usas tu razonamiento. En el plano físico, es tu única defensa.
La mentira puede opacar la verdad, pero nunca se convierte en una verdad. Así mismo, por más oscuridad que haya, una pequeña llama es suficiente para alumbrar tus pasos. No obstante, todo el amor del mundo no va a sanar al psicópata. La luz y las tinieblas no pueden convivir en paz. Entiéndalo de una vez por todas. Aprende a reconocer la maldad, evítala, huye de ella o vive las consecuencias, pero no le eches la culpa a Dios por tus errores. No es ningún titiritero. Te dio libre albedrío y razonamiento. Úsalos.