El nombre de Lucifer viene de la palabra latín Lucifero que significa portador de luz o resplandeciente. En hebreo se traduce de la palabra helel que significa brillo. Lo más probable es que se le ha quedado ese nombre por ser del coro de los Serafines, los ángeles que arden. Sin embargo, el nombre de Lucifer solo aparece una sola vez en la biblia, y eso más bien en versiones modernas.
El pasaje bíblico es, “O como caíste Lucero (Lucifer), Hijo de la Mañana…,” y es seguido por los Cinco Yo que se le atribuyen a Lucifer y describen el orgullo que dio lugar a su caída:
– Yo subiré al cielo
– Yo levantaré mi trono por encima de las estrellas
– Yo me sentaré en el trono del monte de asamblea en lo más alto
– Yo ascenderé por encima de las nubes
– Yo seré el Altísimo
Cuando Dios creó a Adán, le dio dominio sobre la tierra y todo lo que había en ella. Además, puso a los ángeles al servicio del hombre para que lo cuidaran y protegieran. Hasta entonces, Lucifer había sido guardián de la tierra, por lo que se cree que también era querubín, y se negó a servirle al hombre, un ser tan inferior al él. Al rechazar la voluntad de Dios, también rechazó el amor, decisión irrevocable, porque a diferencia de los hombres, los ángeles únicamente pueden rechazar a Dios una sola vez y fue echado del cielo.
Además de soberbia, Lucifer se llenó de odio y envidia hacia el hombre y es, hasta la fecha, el mayor enemigo del alma humana. Se le conoce hoy con el título de Satanás que significa adversario y anda como león rugiente buscando a quien devorar, mientras que al mismo tiempo se presenta como un ángel de luz para engañar.
Aun después de su caída, Satanás y la tercera parte de los ángeles que lo siguieron en su rebelión, todavía tenían la inteligencia y los poderes con los cuales fueron creados. No obstante, los ángeles, tanto los buenos como los malos, son espíritus sin cuerpo y no pueden tomar forma a menos que Dios lo permita, y únicamente aquellos que son Sus mensajeros. Por lo tanto, los ángeles caídos, que también se conocen como demonios, necesitan un medio para lograr sus fines.
En el Jardín del Edén, no fue la serpiente la que indujo a Eva a desobedecer a Dios, fue Satanás. La serpiente no fue más que un cuerpo que utilizó para acercarse a Eva y hablarle al oído. Si le hablo con voz o no es irrelevante, pero lo que sí es importante es lo que despertó en Eva.
El intelecto es la facultad para razonar y esta, a su vez, significa acierto, verdad o justicia en lo que se dice o se hace. Por consiguiente, si Dios es amor, creó al hombre con inteligencia para razonar y libre albedrio para elegir el bien y por ende el amor, es lógico concluir que Satanás influyó en Eva pero no a través de su intelecto.
Los demonios utilizan toda clase de artimañas para confundir y engañar al hombre. Entre las tácticas más comunes están: el temor, la culpa, la vergüenza, la tentación, la seducción, las compulsiones, las obsesiones y cualquier otra cosa que debilita al hombre. Su objetivo es atormentar, torturar y separar al hombre de Dios, pero lo hace manipulando e influyendo en sus emociones. Si Eva tan solo hubiera utilizado la razón, el mundo sería muy diferente.
Los nombres de Lucifer y Satanás se usan de manera intercambiable. Si son el mismo personaje o no, uno antes de la caída y el otro después, es asunto para los teólogos, pero lo que es innegable es el hecho que los dos nombres son sinónimos de la maldad. Sin embargo, en el desenlace de la historia humana, aunque Satanás es la figura más prominente, todo parece señalar a Lucifer como la deidad al que sirven en últimas instancias.
La influencia de la maldad en el mundo es visible y palpable. No es tan difícil verlo en sus manifestaciones obvias como en los casos de crueldad, violación, pederastia, asesinatos, etcétera. Sin embargo, es el lobo vestido de oveja del que se debería de estar más atento. La maldad que se oculta detrás de máscaras de benevolencia, caridad, bondad e, inclusive, amor.
La astucia y la sutileza son las armas más poderosas y peligrosas de la maldad precisamente porque son tan difíciles de reconocer. La persona honesta es fácil de engañar, precisamente por ser honesta. La persona temerosa es fácil de manipular precisamente porque es temerosa y, así, sea virtud o defecto, la maldad es como la humedad que se mete por donde quiera.
Esto no quiere decir que todo es malo o que todo se hace por maldad. Hay mucho amor y bondad en este mundo, pero cada día se vuelve más necesario e importante saber discernir entre la verdad y la mentira, el amor y la falsedad, el bien y el mal, para evitar no solo de ser engañado sino también para evitar propagar el engaño a los demás. El camino al infierno esta pavimentada de buenas intenciones y debemos recordar que siempre hay serpientes listos para endulzar el oido, agradar a los ojos e inadir los pensamientos.
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