Los últimos tres artículos se enfocaron en cómo el declive espiritual que comenzó con la Ilustración culminó en la Nueva Era, un movimiento que mezclaba las antiguas ideas y prácticas ocultas con la filosofía moderna. Se infiltró en la ciencia, la geopolítica y la religión, que ha transformando la sociedad en lo que es hoy. Pero detrás de todo hay algo mucho más antiguo: el orgullo intelectual. Comenzó con el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal y ha seguido a la humanidad desde entonces. La creencia de que solo la mente humana es suficiente para definir la verdad sin necesdidad de Dios ha llevado a la mayoría de las personas a un gran engaño, dejándolas incapaces de distinguir la verdad de las mentiras.
Hoy la gente está más ansiosa, deprimida y desconectada que nunca. A escala global, esto ha sido impulsado por el constante bombardeo de peligros inminentes: destrucción planetaria, plagas artificiales, colapso económico, crimen, guerras e innumerables otras crisis. Las herramientas más obvias han sido la mala educación, la ciencia defectuosa, la corrupción política, las iglesias ineficaces, la espiritualidad de la Nueva Era, la manipulación masiva atraves de los medios de comunicación, la coerción y el aislamiento. El objetivo es crear un estado constante de temor y pánico. Atrapada en un estado de alarma, la gente es más fácil de controlar. Es un circuito de ansiedad catastrófica en la cual, conscientemente o no, esperan que algo malo va a suceder y se sienten impotentes para prevenirlo.
Este estado emocional es terreno fértil para lo que la psicología llama condicionamiento, aunque programación es la palabra más exacta. Transforma gradualmente la manera en que las personas perciben la realidad, hasta el punto de que comienzan a aceptar creencias que alguna vez hubieran sido cuestionado o rechazados por completo. Lo inaceptable se vuelve admirable, incluso deseable. La gente no solo aprende a creer la mentira; aprenden a amarla. La transformación es emocional, psicológica e incluso espiritual. Las decisiones se toman basadas en el temor, no en hechos reales. Un claro ejemplo de ello es la cuestión del transgenerismo.
La persona transgénero sufre claramente de un trastorno psicológico, pero ¿qué pasa con aquellos que afirman y promueven esta distorsión de la realidad? ¿No están también bajo una forma de influencia psicológica? ¿Cómo es posible que psicólogos, psiquiatras, médicos y cirujanos puedan negar hechos biológicos en favor de una de las mayores mentiras jamás presentadas a la humanidad? Es poco probable que todos esten mentalmente enfermos o confundidos. Sin duda, algunos están motivados por el dinero, pero ¿qué pasa con los padres que apoyan la decisión de sus hijos de alterar irreversiblemente su cuerpos? ¿Por qué se enseña en las escuelas que el transgenerismo es algo normal? ¿Por qué las iglesias desafían sus propias doctrinas? El mensaje básico es que Dios cometió un error, así que sé tu propio dios y arréglalo. Es una forma humanística moderna de la alquimia.
El transgénero es un trastorno que afecta sólo a una pequeñisima fracción de la población mundial. Esto quiere decir que hay más personas que creen que el transgenerismo es real que personas transgénero. Sin embargo, se ha hecho que parezca más común de lo que realmente es a través gracias a los medios de comunicación. Es una ideología satánica que está adoctrinando y engañando al público general no transgénero. ¿Podría ser alguna forma de posesión demoníaca? El transgénero es sólo un ejemplo extremo de lo que aqueja la sociedad. ¿Qué pasa con el aborto, la inminente destrucción planetaria, los salvadores extraterrestres y todas las otras creencias que desafían la lógica y sin embargo prevalecen en la sociedad moderna?
En la creencia cristiana, se dice que la posesión ocurre cuando una entidad demoníaca toma el control del cuerpo de una persona, su mente y, cada vez más, su voluntad. En la mayoría de los casos, el espíritu poseedor es invitado por descuido a través de prácticas ocultas que se consideran inofensivas. ¿Pero qué pasa con las personas que no se involucran en ninguna de esas cosas? La mayoría de la gente no está jugando con la Ouija. Así que, no puede ser que la posesión demoniaca sea la razón por la cual creen semejantes mentiras. Pero si no se trata de gente mentalmente desordenada ni poseída, entonces ¿qué está pasando?
Antes de proponer una posible respuesta, cabe señalar otra ideología que ha sido casi universalmente aceptada sin pruebas contundentes: la teoría de la evolución. Sin entrar en los detalles de la teoría misma, debería ser suficiente señalar que, en toda la historia humana registrada, nunca ha habido un solo testigo que haya confirmado la evolución de una especie en otra. Sin embargo, es ampliamente aceptada, incluso entre las iglesias cristianas. El catolicismo, por ejemplo, no rechaza ni respalda oficialmente la evolución. Sin embargo, el difunto Papa Francisco afirmó que era compatible con el cristianismo, como lo hacen muchas denominaciones protestantes. Pero ¿cómo puede ser esto?
La teoría de la evolución niega la existencia del alma y por lo tanto no puede ser compatible con el cristianismo. Además, excluye a Dios como el Creador y rechaza la creencia de que el hombre fue creado a Su imagen. No es compatible; es contradictorio y moralmente peligroso. Más importante, ¿por qué el cristianismo propone adaptarse a la ciencia y al mundo material? Uno pensaría que ya que la caída del hombre vino de un deseo por el conocimiento, los líderes cristianos serían especialmente cautelosos acerca de someter la verdad espiritual a la teoría científica. Debería ser obvio que, tan sólo en los últimos trescientos años, el conocimiento ha causado más problemas de los que ha resuelto.
La fe es a la vez el fundamento y el producto del amor. No necesita ser controlada ni controlar a los demás. La ciencia, por otra parte, es un ejercicio intelectual. Su propósito es establecer dominio sobre todo, y eso incluye a las personas. Esto no quiere decir que toda la ciencia es inherentemente mala, pero ¿cómo puede la persona promedio saber la diferencia? Especialmente teniendo en cuenta que, a pesar de estar más instruidos que nunca, las personas no son tan capaces intelectualmente como las generaciones anteriores. Durante el siglo pasado, el énfasis académico fue enfocado en la socialización y la inteligencia emocional, lo que puede producir un buen activista, pero no necesariamente un buen pensador. Si este es el caso ahora, ¿qué sucederá en las próximas generaciones a medida que la ciencia continúe reemplazando la fe?
Entonces, volviendo a la pregunta: si la gran mayoría de las personas no son ni mentalmente desordenadas ni demoníacamente poseídas, ¿por qué están tan dispuestas a aceptar el engaño? ¿Qué hace que tantos se abran a ideas que desafían tanto la razón como la verdad? ¿Qué tal si la respuesta se encuentra en algún lugar entre el desorden mental y la posesión demoníaca-una especie de estado liminal que podría conducir a las personas a cualquiera de los dos? Una condición formada por el orgullo intelectual, la falta de fe, la ansiedad catastrófica inducida y la inmadurez emocional-todo mientras a las personas se les dice que son dioses y que pueden crear su propia realidad. ¿Qué pasa si el resultado de estas influencias contradictorias y corrosivas es algo que podría llamarse posesión psicológica?
Hay que dejar en claro que la posesión psicológica no es una condición clínica formalmente reconocida en psicología, ni está explícitamente definida dentro de la teología cristiana. En el catolicismo, podría ser considerado un precursor o un subproducto de la posesión demoníaca completa-pero eso no es lo que este concepto pretende describir. Dado que tal condición no existe actualmente en ningún marco establecido, es necesario crear una definición que la explique.
Posesión psicológica: una condición en la que una persona es abrumada por pensamientos, sentimientos o creencias introducidos a través del condicionamiento y la coerción-tanto espiritual como secular-a menudo hasta el punto de que el pensamiento crítico, el sentido común, la autonomía personal e incluso el libre albedrío son anulados, con poca o ninguna resistencia a la misma.
En El Rehén del Diablo, el padre Malachi Martin relata el caso del Padre Huesos y el Sr. Natch, la historia de dos sacerdotes católicos que se encontraron en una batalla por sus almas. Ninguno tuvo participación en prácticas ocultas y, sin embargo, ambos fueron arrastrados al peligro espiritual por una teología seductora y engañosa. Uno se rindió. El otro no, pero le costó hasta la última gota de resistencia recuperar el control de sí mismo. Este relato ilustra con fuerza la diferencia entre la posesión demoníaca y lo que aquí se ha descrito como posesión psicológica. Por esta razón, un resumen del caso de Padre Huesos y Señor Natch se publicará por separado.
La espiritualidad de esta Nueva Era es una forma de posesión psicológica que se manifiesta de innumerables maneras dañinas, afectando profundamente la mente y el alma humanas, dejando a las personas vulnerables a todo tipo de influencias, tanto espirituales como psicológicas. Esto es evidente hoy en día en la creciente admiración e imitación de lo demoníaco, en la acumulación de resentimientos no resueltos que se transforman en amargura, y en el claro aumento del narcisismo, por mencionar solo algunos ejemplos. Estos son algunos de los muchos caminos por los cuales las personas son llevadas a perder el dominio propio, volviéndose susceptibles al engaño y dispuestas a aceptar cualquier cosa que les brinde una falsa sensación de seguridad.
En un mundo constantemente asediado por el temor, el único remedio verdadero es el ejercicio activo del libre albedrío y del dominio propio. Esto exige conciencia, razonamiento sólido y claridad moral, todos ellos frutos de la fe. Son dones otorgados por Dios para resistir la oscuridad. No pueden ser arrebatados, pero sí pueden ser abandonados. A la humanidad no se le dio un espíritu de temor, sino de poder, de amor y de dominio propio, y eso es el verdadero libre albedrío y la esencia de la paz.